Es el día. Llevas horas pensando en ese momento, días, meses e incluso años. Es más que eso, llevas toda la vida ilusionado, rezando cada año para que suceda, pidiéndole al dios del fútbol que venga en tu ayuda y en la de tu equipo. Desde que tienes uso de la razón y te desenvuelves por las profundidades del mundo futbolístico, has estado soñando con este momento mágico imposible de comparar con cualquier otra cosa.
Has sufrido, y mucho. Cada noche desde que empezó la temporada lo has estado visualizando y preguntándote: "¿Por qué no? ¿Por qué no pensar en que algo así es posible?". No has fallado a una sola cita, no has dejado de apoyarles en ningún momento, ni siquiera en los instantes más complicados, cuando ya todo parecía perdido.
Primero era otoño. Te pusiste esa chaquetilla nueva recién comprada de la tienda oficial y te hiciste un bocadillo de jamón y queso.
Llegó el invierno. Te prometiste no fallar a ningún partido a pesar de la mala marcha que llevaba el equipo, de modo que te compraste una cazadora de cuero y cambiaste el jamón por la tortilla de patatas caliente.
Fueron los momentos más difíciles, los instantes más agonizantes en los que sólo cancines motivacionales podían levantarte el ánimo. Las lesiones, las malas relaciones entre compañeros, los problemas extradeportivos y la falta de buenos resultados hacían presagiar lo peor.
Pero una música empezó a sonar. Era como un himno, como una dulce melodía que te cambiaba la expresión de la cara. Una sensación de felicidad y armonía que te recorría cada poro de tu piel dejando a su paso un tremendo escalofrío, como si de un beso se tratara.
Como por arte de magia, tu equipo lo estaba consiguiendo, remontaba el vuelo. Un golazo en el minuto 90 tenía la culpa, y es que todavía había posibilidades de conseguirlo.
Con todo, llegó la primavera. El equipo y la afición respiraba aire puro: estaban vivos después de todo lo ocurrido. La tormenta había pasado, sin duda, y tú volviste a desempolvar tu querida camiseta. Esa camiseta testigo de todos tus estados de ánimo tras centenares de encuentros disputados.
Cada vez estábais más y más cerca, casi podías tocar el cielo con la yema de tus dedos, casi podías saborear la gloria eterna, oler el dulce perfume del triunfo. Pero para ello se necesitaba sufrir 30 minutos más, una prórroga fatídica que finalizó con empate a 1.
En los penaltis nadie quiere mirar. ¿Curioso, verdad? Lo cierto es que esa es la realidad, pero por mucho que nos empeñemos en no mirar, el resultado del lanzamiento será el mismo.
Todos anotados, pero el rival falla su quinto penalti. Tu portero mantiene la calma. Un único gesto: se acerca a tu jugador favorito, le mira fijamente a los ojos y le pone su mano derecha en el pecho.
Toma carrerilla, golpea a su derecha raso y gol. El estadio parece que vaya a derrumbarse.
Vuelve a sonar esa canción en tu cabeza mientras te diriges al estadio. Es el himno de tu mundo, el mundo del fútbol. Tienes la piel completamente de gallina, aunque a finales de mayo el frío es inexistente a pesar de encontrarte en Manchester. Llevas puesta esa camiseta, la de los recuerdos. Hoy está experimentando algo nuevo, algo que jamás olvidará. No sabes cuando vas a volver a vivirlo, tal vez nunca, de modo que aprovechas al máximo la sensación, te quedas con cada detalle.
Entras en el estadio. Old Trafford, "el teatro de los sueños", el lugar donde por fin, tú vas a cumplir el tuyo.
La hierba recién cortada, las dos aficiones separadas en espacio pero unidas por ambiciones, miles de corazones latiendo a toda velocidad y un único deseo: conseguir levantar el trofeo que reposa en esa mesa, la copa de Campeones de Europa.
Esta vez lo escuchas más cerca y más real que nunca... Es el himno de las alegrías, de las emociones, de las victorias y de los campeones.
Has llegado, estás ahí, en la final de la Champions League.
viernes, 20 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario