Una buena educación paterna es aquélla en la cual, cuando el hijo comete una maldad, el padre le regaña y le insta a que no vuelva a ocurrir. Ésa es la labor que deberían de ejercer los altos cargos de los clubes con sus jugadores.
Estos señores son normalmente de alta edad, experimentados en mil y una batallas de la vida. Son incluso, a veces, ex futbolistas. Son, por tanto, amplios conocedores de las sensaciones que se viven en un terreno de juego, de lo importante que es contar hasta diez, o hasta once o doce, éso es ya según gustos, para evitar que un calentón derive en la tan temida cartulina roja.
En el Real Madrid, club que se hace a sí mismo poseedor de un dudoso título de tradicional gran señorío, clase y deportividad, no sólo no actúan con previsión, sino que cuando su hijo mete la pata hasta el fondo o, en este caso, el brazo, saltan contra el estamento arbitral, contra los comités, el pobre Mtiliga y su nariz rota, y contra quien haga falta.
El asunto es bien fácil. Si en un estadio una persona tira una moneda y no golpea al asistente, no pasa nada. No existe el delito. Si se da el caso de que la misma moneda, alcanza a dicho juez de línea, el estadio se cierra.
Pues lo mismo ocurre aquí. Dense cuenta, que tanto Villa, como Higuaín como Messi, como Silva, Pablo, Cazorla, Forlán, Kaká, o cualquier jugador de esta Liga "de las estrellas", son agarrados cuando ponen la directa hacia la meta rival, pero ninguno, casualidades de la vida, ha roto jamás ningún tabique nasal.
No es agresión, parece no haber intencionalidad. Pero lo que debería hacer el Madrid es recriminarle a Cristiano Ronaldo el haberle destrozado las fosas respiratorias a un contrario. Esa incomprensible protección a su temperamental astro no puede ser sino contraproducente para el conjunto del Estado. Perdón, de la capital.
Programas como Punto Pelota, de Intereconomía, donde se reúnen los más radicales madridistas que no son capaces de reconocer un sólo defecto del club de sus pasiones, no hacen sino exacerbar el antimadridismo. Antimadridismo del que, por cierto, tanto se quejan después.
Deberían agachar la cabeza, pedirle perdón al pobre Mtiliga, y dar gracias al Comité porque de esa acción, el jugador del Málaga salió peor parado. Estará tres semanas de baja, dos jornadas se perderá el jugador blanco, si no dice algo distinto el Comité de Apelación.
Deberían también dar las gracias por no haber inhabilitado a su central Pepe de por vida, y deberían de agradecer al dichoso colegiado que le expulsó por doble amarilla y no por roja directa por la agresión a Ortiz del Almería.
Asimismo, el Madrid debería enseñarle al astro luso, que el Cristiano que desean es aquél que clava un remate a la escuadra de Munúa, aquél que la cuela por la escuadra sin despeinarse su engominado cabello, aquél que hace bicicletas como si fuera fácil. No aquél que agrede a un contrario porque le roban el esférico, ése que suelta el brazo porque no le permiten salir a la contra directo a por su tercer gol, o ese reprimido jugador que no celebra un gol de su equipo porque proviene del rechace de un penalti errado por él mismo.
Tienen a un fenómeno del balompié en nómina, pero de tanto protegerlo, lo están maleducando.
Estos señores son normalmente de alta edad, experimentados en mil y una batallas de la vida. Son incluso, a veces, ex futbolistas. Son, por tanto, amplios conocedores de las sensaciones que se viven en un terreno de juego, de lo importante que es contar hasta diez, o hasta once o doce, éso es ya según gustos, para evitar que un calentón derive en la tan temida cartulina roja.
En el Real Madrid, club que se hace a sí mismo poseedor de un dudoso título de tradicional gran señorío, clase y deportividad, no sólo no actúan con previsión, sino que cuando su hijo mete la pata hasta el fondo o, en este caso, el brazo, saltan contra el estamento arbitral, contra los comités, el pobre Mtiliga y su nariz rota, y contra quien haga falta.
El asunto es bien fácil. Si en un estadio una persona tira una moneda y no golpea al asistente, no pasa nada. No existe el delito. Si se da el caso de que la misma moneda, alcanza a dicho juez de línea, el estadio se cierra.
Pues lo mismo ocurre aquí. Dense cuenta, que tanto Villa, como Higuaín como Messi, como Silva, Pablo, Cazorla, Forlán, Kaká, o cualquier jugador de esta Liga "de las estrellas", son agarrados cuando ponen la directa hacia la meta rival, pero ninguno, casualidades de la vida, ha roto jamás ningún tabique nasal.
No es agresión, parece no haber intencionalidad. Pero lo que debería hacer el Madrid es recriminarle a Cristiano Ronaldo el haberle destrozado las fosas respiratorias a un contrario. Esa incomprensible protección a su temperamental astro no puede ser sino contraproducente para el conjunto del Estado. Perdón, de la capital.
Programas como Punto Pelota, de Intereconomía, donde se reúnen los más radicales madridistas que no son capaces de reconocer un sólo defecto del club de sus pasiones, no hacen sino exacerbar el antimadridismo. Antimadridismo del que, por cierto, tanto se quejan después.
Deberían agachar la cabeza, pedirle perdón al pobre Mtiliga, y dar gracias al Comité porque de esa acción, el jugador del Málaga salió peor parado. Estará tres semanas de baja, dos jornadas se perderá el jugador blanco, si no dice algo distinto el Comité de Apelación.
Deberían también dar las gracias por no haber inhabilitado a su central Pepe de por vida, y deberían de agradecer al dichoso colegiado que le expulsó por doble amarilla y no por roja directa por la agresión a Ortiz del Almería.
Asimismo, el Madrid debería enseñarle al astro luso, que el Cristiano que desean es aquél que clava un remate a la escuadra de Munúa, aquél que la cuela por la escuadra sin despeinarse su engominado cabello, aquél que hace bicicletas como si fuera fácil. No aquél que agrede a un contrario porque le roban el esférico, ése que suelta el brazo porque no le permiten salir a la contra directo a por su tercer gol, o ese reprimido jugador que no celebra un gol de su equipo porque proviene del rechace de un penalti errado por él mismo.
Tienen a un fenómeno del balompié en nómina, pero de tanto protegerlo, lo están maleducando.
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