domingo, 21 de marzo de 2010

Silva se carga al Almería

Con la resaca del épico combate de Bremen, el Valencia volvía ayer a la liga doméstica. Partido de menos renombre, de pocos espectadores, pero, igualmente, un choque de esos que hay que sacar sí o sí, si de verdad se quiere ser un equipo de relumbrón antañal. Los de Emery optaron por la táctica mostrada en Alemania, y a falta de una defensa en condiciones, protegieron la retaguardia atacando. La eficacia, eso sí, se agotó en Bremen. Hasta seis ocasiones claras -alguna más de menos importancia- se contabilizaron en el primer período, pero la lluvia vespertina debió de mojar la pólvora de los jugadores valencianistas.

Entre errores propios y aciertos de Diego Alves, tuvo que llegar la varita de un mago para resolver la historia. Eran los minutos de más presencia del Almería, que una vez hubo conseguido el objetivo de soportar la primera parte con su portería inmaculada, se preparaba para buscar el zarpazo en alguna ocasión. Piatti, incordiante donde los haya, lo buscó con énfasis, pero César volvió a hacer de las suyas. Empieza a ser una pesadilla para el joven argentino. Y sino que le recuerden la que le sacó el año pasado con el tiempo cumplido. Sería, como se comentaba, otro joven bajito el desatascador de un partido que el Valencia dominó casi de cabo a rabo. Si acaso, soltó la batuta en algún momento, pero nada que haya de preocupar.

Silva, ese menudo pero matón alumno aventajado de Juan Carlos Valerón, volvió a acatar responsabilidades. Primero, dio una lección de paciencia y prudencia al ver que la guardia almeriense le bloqueaba el paso hacia la meta. Se dio la vuelta con sublime parsimonia, miró, y le puso un pase perfecto a Mata. El burgalés abría la lata con la inestimable ayuda de un Silva que se luciría todavía un poquito más después.

Villa fue esta vez quien burlaría a todos los guerreros de Lillo, quien asistiría a un Silva que hasta desde el piso hace magia. Clavó el segundo tras caerse al suelo por un empellón del defensa del Almería.

Desde este momento hasta el final, el partido no tuvo más historia. Emery permutó a Silva por Míchel para que el canario tuviera la merecida ovación. Él sólo se bastó para derrotar a un digno Almería. Olé.

viernes, 19 de marzo de 2010

Apoteosis en Bremen

Vibrante y frenético duelo a quemarropa el de ayer en Bremen. Impresionante choque que desde el primer minuto se empeñó en darle un homenaje al fútbol. Lo hizo en tiempos en los que la racanería y la especulación resultadista inundan la mayoría de contiendas. Espectacular en estética y en emoción. En belleza y en suspense. Combate precioso y preciosista. Mágica e inolvidable noche, de nada apta para taquicárdicos.

Las dos escuadras ofrecieron un loable festival ofensivo, renunciaron a los centros del campo e hicieron gala de una feroz capacidad ofensiva con juego directo y con nulos escrúpulos. Todo ello se tradujo en los ocho tantos que se vieron, los cuales atestiguan la tamaña calidad de este partido.

Y dentro de este apoteosis balompédico continental, un nombre propio. Bueno, dos: Villa y César. El Guaje porque hizo una exhibición sublime de efectividad y talento. Incordió, trabajó, acertó y se aprovechó de los defectos de la zaga alemana, que no son pocos. Mertesacker y Naldo son indomables por los aires, pero por abajo no se enteran si Mata, Silva, Villa y compañía saben buscarles los puntos débiles. El caso es que Villa demostró por qué el Valencia se resiste a dejarle marchar. Lo hizo con tres goles, con tres chicharros. Grandioso.

Por su parte, el cancerbero vallisoletano volvió a hacer una actuación sencillamente increíble y, pese a que le escuezan y mucho los cuatro goles que se llevó del Weserstadion, hay que ser honestos y agradecidos con este guardameta cuasi tetragenario. Bravo César.

El partido defensivo del Valencia, no obstante, fue un completo cataclismo. Sin consecuencias funestas, afortunadamente, pero un absoluto desastre. Miguel no se enteró ante las acometidas de Marin, Özil y compañía; Maduro y Dealbert no estuvieron precisamente lúcidos, y un renqueante Bruno hizo lo que pudo frente a lo que se le venía por su lado.

La inoperancia defensiva fue el aspecto que aportó emoción al choque, pues si hubiera tenido el conjunto che más empaque y solidez atrás, no se hubiera complicado tanto el partido. Comenzó fuerte el Valencia, mandón y con mucha incisión. Y Silva sacó por primera vez la varita para darle una asistencia a Villa. Y Villa puso el primero.

Pudo poner el segundo al poco tiempo, pero falló ante Wiese tras un pase de la muerte de Mata. Sería este muchacho burgalés, de sentimiento asturiano, quien volvería a batir al meta alemán tras la segunda asistencia en bandeja de Silva, que se salió en la primera mitad.

El preparador teutón tiró la casa por la ventana y en el minuto 20, viendo como se trobaba el percal, retiró a Tim Borowski por Hugo Almeida. El Werder comenzó a carburar, lindó varias veces con el gol. Lo consiguió por medio de Almeida.

El Valencia soportó como pudo las embestidas bárbaras hasta el filo del intermedio. Fue entonces cuando Silva se tricoronó, cuando el canario volvió a regalar un gol a sus compañeros. Recibió en línea de fondo, con templanza la pisó para que el largo Mertesacker se pasara de largo, redundancia valga, levantó la cabeza como sólo cracks como él saben hacerlo, y le dio un pase bombeado a Villa. Lo demás ya se sabe. El Guaje resolvió sin despeinarse. 1-3 al descanso.

La segunda mitad sería más frenética y turbulenta si cabe. Mal augurio debió de ser la recaída de Bruno, que no aguantó el endiablado ritmo y se borró de la partida al descanso. Volvió al flanco izquierdo Jordi Alba, quien no estuvo tan acertado como en la ida. Culpa suya fue el penalti que devolvió ilusión a los alemanes. Derribó a Marin cuando ya le había arrebatado el esférico. Tosten Frings, como en la ida, convirtió la pena máxima. César, que poco antes le había hecho un paradón antológico a un testarazo de Naldo, adivinó la trayectoria del balón, pero no pudo responder a la fuerza del golpeo de Frings.

Cinco minutos después, en una jugada de estrategia a balón parado Marin buscó el disparo desde la esquina derecha del área. Silva rozó lo justo la bola para que despistara a César y se colocara el empate en el marcador.

Aquí, el Valencia sufrió lo indecible. Özil se desesperó con un nuevo despeje a bocajarro del meta valencianista. Pudo ser el 4-3, pero éste jamás llegaría. Sí lo haría, en cambio, el 3-4. Una perfecta contra culminada por el trigoleador Villa volvería a colocar al Valencia por delante en el marcador, pero ni de lejos dentro de cuartos. Corría el 83 cuando Pizarro clavó un gran cabezazo al fondo de las mallas, y otra vez, el Valencia se encontraba al borde del precipicio.

El pitido final del árbitro en el minuto 5 del tiempo añadido vino a refrendar que, aun con soberana agonía, con una retahíla desasosegante de adversidades y con algún que otro problema cardíaco, el Valencia sigue adelante en la competición. Glorioso partido.

lunes, 15 de marzo de 2010

La lesión de Albelda destroza un gran primer tiempo del Valencia

El Valencia entre algodones aguantó hasta la recaída de Albelda. Muy buena primera parte del combinado blanquinegro. Ayer, una vez más, más que nunca, combinado. Jordi Alba sustituyó al exhausto Mata con vistas a la conquista de los pueblos bárbaros, Maduro volvió a su posición de central, Albelda y Bruno retornaron al once de forma obligatoriamente prematura, y Chori hizo de Guaje. Panorama no muy halagüeño a priori pero que no tardó en desactivar el potencial ofensivo culé, merced a una gran solidaridad y concentración defensivas. También consciencia en sus limitaciones, que últimamente son muchas.

Empezó dominando el conjunto blaugrana, pero no con excesivo peligro. El tridente Pedro-Messi-Bojan no funcionó. Messi se diluyó por el centro, Bojan no encontró la inspiración, y Pedro no halló facilidades ante la defensa de Bruno y las ayudas de Alba. El Valencia mantuvo sus líneas ordenadas, y salió a la contra con mucho peligro. La primera la tuvo Jordi Alba, quien remató con fuerza pero excesivamente alto un centro de Pablo Hernández.

Los de Emery fueron adquiriendo confianza y viendo cada vez más claras sus posibilidades. Fueron ganando campo y llegaron hasta a sitiar por momentos el área de Víctor Valdés. El guardameta culé sacó dos intentos con la zurda de Pablo, y le quitó el balón del pie a Maduro cuando se disponía a partir las mallas gracias a una asistencia de Domínguez.

La más clara del Barcelona llegaría gracias a Dealbert, que se hizo un lío cuando la jugaba en zona defensiva. Messi le robó la cartera y salió como un rayo hacia César, pero el vallisoletano desvió su tiro a saque de esquina.

En el minuto 41 llegaría uno de los momentos clave del partido. De esos instantes que lo cambian todo. Albelda se resintió de su recién recuperada lesión, y tuvo que ser sustituido por Fernandes. A partir de aquí, el Valencia perdió el equilibrio, el empaque, aunque sin consecuencias en lo que restaba de primer tiempo.

Lo malo llegaría después. Guardiola dejó en el vestuario a un flojo Bojan e introdujo a Henry. Visto lo que se vio, acertó el preparador catalán. El Valencia, sin Albelda y con tres jugadores infiltrados, perdió metros, y el Barcelona, ahora sí, empezó a hacer alarde de su tan brillante fútbol. Henry le provocó la primera cartulina a Maduro al poco de comenzar, minutos antes de que comenzara la exhibición de Messi. El menudo argentino se aprovechó de un pequeño toque de su compatriota Banega para librarse de Bruno, romper literalmente a Dealbert y poner el primero de la noche.

No obstante, el Valencia no se descompondría hasta el minuto clave del partido. Zigic, que había entrado por un renqueante Domínguez, se vio solo frente a Víctor Valdés. Tuvo tiempo para pensar, para decidir la mejor opción de las múltiples posibles. Pero el serbio es podológicamente incompetente y, no se sabe a ciencia cierta lo que pretendió hacer, pero lo cierto es que el esférico fue directo al muñeco y el Barcelona se libró de una buena. En la jugada siguiente, Maduro, otro de los que no jugarían en condiciones normales, dejó la pierna estirada cuando Messi ya se le había escapado y el árbitro le sacó la roja de rigor. De rigor porque son 7 en los mismos partidos. Porque cuando el Valencia acabe un partido con los mismos jugadores con los que lo empezó, será noticia, y ello debería ser lo normal. El caso es que esa expulsión acabó por derrotar lo poco de Valencia que quedaba, que comenzaba a agonizar.

Bruno, al igual que Albelda, recayó de su lesión, y entró Baraja para permutarlo. El Valencia necesitaba que llegase el minuto final cuanto antes, porque se temía lo que iba a pasar. Que ante tanta adversidad valencianista, Messi, el crack culé, se sintió cual pez en el agua. Primero se fue hacia el centro como a él le gusta -y más ante el parsimonioso movimiento de piernas de Dealbert- y la puso ajustada al palo cruzado. Golazo y 2-0. Y aún quedaba un tercero, con un toque sutil, de maestro, de artista. Sólo él desatascó un partido que el Valencia encaró sorprendentemente bien, pero que se fue hundiendo merced a su incomprensible carrusel de bajas y tocados.


viernes, 12 de marzo de 2010

Contra el Werder y el complejo de lince

Buen partido del Valencia. Sino el más inspirado ante el arco contrario, sí un buen partido. El problema es que los árbitros últimamente no ayudan en absoluto para la causa che. El penalti no fue, Pero es que, ya no es que no lo fuera, sino que ni siquiera estuvo a punto. Ni lo pareció. Hechos como éste condicionan sobremanera una eliminatoria ya per se difícil porque el Werder Bremen no es el Brujas. Es un buen equipo, con subcampeones de la Eurocopa, subcampeones mundialistas y el año pasado vieron como el Shakhtar Donestk les quitaba la gloria de la última edición de la ya difunta Copa de la UEFA. El Valencia necesita frente a equipos como éste más eficacia goleadora y colegiados sin creatividad y ansias de protagonismo.

El caso es que volvió a empezar el partido con poca intensidad, la cual fue viéndose adquirida conforme el árbitro golpeaba como un martillo en la sien la moral valencianista. Poco había pasado en el minuto 23 cuando al asistente de Martin Atkinson le dio por ganarse su minuto de gloria televisiva y se chivó de un supuesto penalti de Banega a Pizarro. Por agarrar en el área a la salida de una falta. De esos que si todos fueran pitados acabaríamos los partidos con el atractivo y edificante marcador de 45 a 39 goles. Ayer no pitó tantos, de hecho, fue un monopenalti, pero con lo que significan los goles fuera de casa puede ser sumamente determinante. Inexplicable error que Frings refrendó engañando a César y colocando el peligroso gol a domicilio.

El Valencia comenzó a ponerse las pilas, como acostumbra, cuando la necesidad apremiaba, y antes del descanso Banega la puso en el poste derecho, previo roce de la mano de Wiese, y el Guaje la colocó en la Vía Láctea cuando lo más fácil hubiera sido clavarla y arreglar un poco el desaguisado del altivo trencilla anglosajón.

Pero como las desgracias nunca vienen solas, al poco de comenzar el segundo tiempo, a Banega no se le ocurrió otra cosa que empellar a un rival cuando todo el mundo miraba la ensangrentada boca de Wiese por un lance de juego con Villa. Y como parece haberse extendido el complejo de lince -y de protagonismo- por este gremio, pues el otro linier, que no iba a ser menos que su colega de enfrente, le indicó a Atkinson que Banega se debía de duchar prematuramente. Seis partidos, seis expulsiones.

No obstante, el Valencia se levantó frente a este dantesco espectáculo arbitral, enésimo ya en los últimos tiempos, y con diez sobre el campo fue mejor que con once. Buena lección de garra y coraje de un equipo semilisiado, con pocos efectivos y con más kilómetros en las piernas que Abel Antón. Sacó la casta y se lanzó con mucho corazón y poco raciocinio hacia la meta de Wiese. Esfuerzo que obtuvo su merecido cuando Mata supo empujar adentro cuando parecía que Silva la había liado de nuevo.

De este plausible pundonor valencianista intentó aprovecharse la expedición nordalemana cuando recuperaban el balón. Ahí es donde volvió a aparecer César, portero que si tuviera 10 años menos debería ir a la selección. Frenó los intentos de Pizarro y compañía, y el peruano también la mandó a la grada en un par de ocasiones. En esta ocasión, la suerte pareció no querer cebarse con los blanquinegros, que se habían repuesto a la escandalosamente escandalosa labor de Atkinson y sus comparsas. Ya era suficiente. O no, porque Villa se hizo un esguince en el hombro y se alza como seria duda para el Camp Nou. Salió Baraja por él, y el conjunto del Turia languideció lo que quedaba de contienda, no fuera a ser que cayera el segundo golpe germano y la cosa se pusiese más fea si cabe.

Al final, 1-1 que sin haber visto el partido sabría a poco, pero sabiendo las circunstancias que le rodearon, ha de dejar un buen sabor de boca e ilusión para consumar la venganza balompédica en la vuelta. Esperemos que allí no exista complejo de lince.


martes, 9 de marzo de 2010

Un piedoso Rácing no sentencia a un gris Valencia



Un ambiente enrarecido se cierne sobre Valencia cuando el lobo cántabro se arrima a tierras levantinas. Esta psicosis esta más que justificada. Los deshechos de esta especie de lobo ibérico en Mestalla cerca están de formar parte de la tradición folklórica española. Tchité, Munitis, Serrano y compañía, tienen fagocitada la moral che, y los que visten de blanquinegro se acobardan siempre frente a un rival que sabe perfectamente lo que tiene que hacer, y cómo, y cuándo... Y ayer sólo les faltó punteria.

Sin complejos, el lobo aulló durante el primer cuarto de hora, rondó el área valencianista. El cachorro Canales aprovechaba por el flanco siniestro los nervios del debutante, y aún más liviano que él si cabe, Joel Johnson. Por cierto, buen partido el del canterano valencianista. El rutilante fichaje del Real Madrid, junto a Tchité, trigoleador en el partido de la pasada campaña, y sus licántropos compañeros, presionaron la salida de balón del Valencia. Ahogaron y estrangularon la medular, formada ayer por Baraja y Maduro, y obligaron a los blanquinegros a obcecarse en el pelotazo made in Ranieri que de nada suele servir en los últimos tiempos. El juego del Valencia tuvo un tono grisáceo lóbrego, casi negro. Triste, muy triste, cuasi lúgubre. No anduvo nunca cómodo en la alfombra verde.

Aullaron y asustaron los ayer blaugrana, pero ese ritmo de presión en todo el campo les era, de todas, todas, insostenible. Insoportable. Así que, el Valencia, sin timón claro, ni estilo, ni esquema, ni ideas, comenzó a estirarse. Joel intentó aportar cositas por la banda derecha. Mata y Silva intentaban conectar con el Guaje. Pero nada. Prácticamente nada.

Sólo hubieron dos claras para los locales en el primer período. Ninguna, como no podía ser de otra forma, llegó mediante elaboración -Banega, vuelve ya-. La primera, tras un contragolpe lanzado por el gran juego de pies que tiene Moyá. Buscó el mallorquín a Mata, y la jugada desembocó en un Villa que no supo resolver solo frente a Coltorti. Corría el minuto 18. Alcanzaba el partido los 21 minutos cuando en una pérdida de la defensa racinguista, Pablo abría el esférico hacia el Guaje que, otra vez en soledad, la mandaba al poste primero, y al octavo anfiteatro en el rechace.

Antes del descanso, el Racing volvió a avanzar en el frente y el escurridizo Canales dio el primer gran susto de la noche. Moyá iniciaba por fin su resurrección, futbolística, claro está, y rechazó el balón con el pie.

La segunda parte fue de cabo a rabo del Racing. Por momentos el partido se enloqueció, se convirtió en un auténtico correcalles, pero en río revuelto, sólo los cántabros lindaron verdaderamente con la pesca. A punto estuvo el lobo de llevarse un pez gordo. El tercero más gordo de España. Aunque ayer, empequeñecido. La retaguardia del Rácing lo tuvo bien sencillo. Era cuestión de mantener las líneas juntitas, mantener el orden. Ni Villa y compañía tenían el día. Ni el Chori cuando entró. Baraja tampoco creaba juego. Ninguna tuvo el Valencia en la segunda mitad de la contienda. Varias, y bastante claras, la que los de Portugal tuvieron.

No obstante, el Racing no supo morder. Los che, merced a un gran Moyá, se escabullían, se resistían a la derrota, que empezaría ya a ser hasta justa. Tchité tuvo un par, ambas despejadas por el cancerbero valencianista, mientras que Canales volvió a escalofriar a la grada con dos remates que mandó excesivamente alto.

Parece el Rácing tan experto en liarla en la acequia de Mestalla que ayer se confío hasta que Turienzo Alvárez pitó el final de partido sin que hubieran agujereado las redes locales.

Cuando corría el 85, David Navarro, que ayer ejercía su retorno tras la lesión, vio la segunda amarilla por cortar un balón con la mano. Ésa es otra cuestión a mirarse. En los cinco últimos choques el Valencia ha visto cinco veces la roja. Sólo quedó impune en el agónico partido de vuelta frente al Brujas. Sea como fuere, el Racing siguió intentando sacar tajada del flojo partido valencianista, y los locales se pudieron dar con un canto en los dientes porque, vaya segunda parte... De nada sirve rondar y aullar si eres lobo y no matas a tu presa. El Rácing ayer no supo morder, y el Valencia salió vivo de un olvidable partido.

miércoles, 3 de marzo de 2010

En cuadro

La desestimación por parte del Comité de Competición del recurso que el Valencia había presentado el pasado lunes para rebajar en un grado la tarjeta roja que vio Miguel Brito en el partido del domingo en el Calderón confirma que, si el Comité de Apelación no dice lo contrario, el lateral luso no podrá ser de la partida frente al Racing.

Mala noticia aunque no por ello inesperada, ya que el carácter interpretable de la acción por la que fue expulsado el jugador blanquinegro disuade a los estamentos oficiales de la Federación a rearbitrarla. El colegiado del encuentro, Alfonso Pérez Burrull, hizo constar en acta que la entrada se cometió "levantando la pierna de forma peligrosa, con una fuerza excesiva, golpeándole y derribándole", lo cual no son sino interpretaciones intrínsecas a la función del árbitro. La espectacularidad de la acción desembocó en tal concepción, aunque las repeticiones con las que cuentan tanto los comités como los espectadores parecen desvelar que la entrada no es merecedora de tal severa decisión.

Es de suponer que la Federación no quiera añadir más leña al esta temporada especialmente avivado fuego de la polémica arbitral. Rebajar la sanción al portugués supondría el reconocimiento de otro error de Pérez Burrull en el partido que cerró la pasada jornada. Por otro lado, Competición le retiró la segunda tarjeta al jugador Alexis Ruano del encuentro Valencia-Getafe por considerar oportunas las alegaciones del club, por lo que se antojaba desde a priori complicado que repitiera el proceso en este caso.

Así, se confirma la depauperación de la zona defensiva del Valencia que, a la espera de que sea efectiva la probable vuelta de David Navarro, cuenta con la disponibilidad de sólo dos defensas de la primera plantilla: Ángel Dealbert y Alexis. Con el central de Puerto de Sagunto, la cifra ascendería a tres, y el cuarto formante de la retaguardia levantina frente al Racing de Santander volvería a ser Hedwidges Maduro.

Además, las bajas de Banega y Marchena por sanción, además de la de Albelda por una microrrotura muscular, extienden las zonas afectadas por la lista de bajas a la medular del equipo de Emery, quien tendrá que confiar en Baraja y Fernandes, dos hombres de escaso rodaje durante la presente campaña.

lunes, 1 de marzo de 2010

Nombres propios del Calderón

Emery: Si bien ayer la mayoría de acontecimientos puntuales no fueron culpa suya, sí volvió a demostrar una preocupante incapacidad para guiar al equipo a una victoria en uno de los campos grandes. Aunque Sergio Agüero acabara el partido cojo, no hay que caer en la trampa. La pata por la cual cojean los colchoneros es la defensa, y el Valencia no hizo ni el más mínimo amago de buscarles las cosquillas. Además, dicho sea de paso que la mejor defensa se obtiene atacando, y los de Emery, al igual que en el Pizjuán, en el Heliodoro y en el Molinón, regalaron los primeros minutos a los locales. Lo demás, tras la expulsión de Marchena, ya no se puede medir con el mismo rasero.

Marchena: Su actuación de judío nazi fue un ejercicio de autodestrucción colectiva unilateral incomprensible para un jugador de la talla y el palmarés del sevillano. Nos brinda cada campaña dos o tres partidos de esta índole, en los que confunde veteranía y picaresca, por malas artes y gresca -rima involuntaria, que conste-. No se entiende la entrada nada más comenzar el partido directa al tobillo de Simao. No se entiende porque se duerme tanto con el balón en los pies cuando le roba la cartera el Kun-y el bolso entero, si me apuran-, y no se antoja necesaria la manita con la que dinamitó el partido de su equipo.

Fernandes: Tanto Marchena, como Pérez Burrull -como las actuaciones de César, Agüero o Reyes-, le quitaron protagonismo al luso, pero lo cierto es que su papelón no ha de pasar inadvertido para los ojos del cuerpo técnico del equipo. Una cosa es que las cosas no te salgan bien. Es asumible, perdonable y excusable si en los ojos se te ve motivación, ilusión, ganas, rabia e impotencia. Lo que no puede ser es que este mozalbete, que se cree un crack, se mueva por el campo como si estuviera paseándose por la orilla de la playa de Peñiscola en su período vacacional -este año más largo porque no va a ir al Mundial, por mucho que él se considere apto- , con una apatía y una desgana características del más severo caradura. Se quería ir al Inter, pero hasta el Valencia de anoche -que ya es decir- se le queda grande.

Pérez Burrull: Que un colegiado se pase por la manga del chaleco tres penaltis y el equipo en ellos infractor acabe mosqueado también, dice bastante del descosido que llevó a cabo anoche en el templo de Manzanares. Cumple 45 años en septiembre, por lo que se acerca inevitablemente -por fortuna- a su retirada, y parece decidido desde hace un tiempo en dejar huella en el fútbol español. Ayer le salvó de una hecatombe bochornosa el árbitro que menos pinta, el del cartelito con los minutos añadidos, el impertinente que manda callar a los entrenadores malhumorados. Este avispado trencilla cántabro es el mismo que la pasada temporada expulsó a Juanfran del Osasuna en el Bernabéu por dos presuntos piscinazos en el área. Con este mismo criterio, el piscinazo que sólo él vio en el clamoroso penalti cometido por Banega, también debiera haber sido amarilla para Reyes. Este señor es el mismo que mandó a la calle a John Carew por instar a la grada de San Mamés a cerrar el pico en la misma temporada en la cual Raul hizo lo mismo sin consecuencias negativas en el Camp Nou. En fin, que acabe su carrera lo antes posible y que deje tener a los futbolistas expuestos a sus meteduras de gamba.