Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Emery es un perfecto paradigma de este principio. Es más, es capaz de cambiar ese "dos veces" de la cita por un severo "tres veces" o incluso "cuatro veces". O más. Ya saben.
Decía su presidente, el señor Manuel Llorente, que el Valencia todavía puede dar la sorpresa. Superar a Madrid o Barcelona, o a los dos a la vez.Yo no lo creo así. No es así porque el Valencia adolece de falta de ambición. No lo es porque ya no es tan fuerte a domicilio. Y porque el Barça y el Madrid son dos indomables titanes absolutamente inalcanzables por métodos humanos y mortales. Y reitero, Emery es humano. Un perfecto humano.
Volviendo a la cita célebre, digamos que el Valencia salió ayer de la misma forma que lo hizo en Tenerife. A verlas venir. Recuerden, así, sin ir más lejos, al Madrid de Riazor. Un Madrid mandón, con iniciativa, ambición, todo lo que le falta al conjunto del Turia. Al menos de inicio. Si la ineficiencia goleadora del Tenerife evitó una hecatombe en los primeros compases del choque insular, los che no salieron tan bien parados en los veinte primeros minutos de los dos partidos posteriores a domicilio. Negredo la puso dentro en el Pizjuán, ayer la clavó Diego Castro cuando los de Emery todavía se quitaban las legañas.
Por eso principalmente el Valencia no está allí arriba. Porque no sale con decisión y pundonor a por la victoria. Lo de los palos de Marchena y Villa, las intervenciones varias de Juan Pablo y demás, son cuestiones anexas. Lo que más importa es la intención. El otrora mejor equipo a domicilio únicamente muestra las virtudes ofensivas que atesora cuando el marcador se pone en contra. Entonces, eso sí, puede hacer un "chorreo". Ayer pudo hacerlo, pero la fortuna no ayudó.
Los de Preciado son un verdadero y literal bloque. Rebosan garra, ilusión y entrega. ¿Todo lo que le falta al Valencia? De ahí los cuatro puntos que le han birlado a los che en los dos partidos de liga. Empezaron como un obús, marcaron gracias a una joya de Diego Castro, y se fueron atrás. Pero no con barraca y autobús doble, no. Con mucho criterio, ayudas defensivas, concentración, y buscando la contra. Hasta el gol de Mata, el del empate, transcurrió más de una hora de juego. Si hubieran puesto el segundo se habrían llevado los tres puntos. Lo tuvieron cerca. Y más cuando tras el empate del burgalés el partido se tornó en una psicótica locura endiablada que acabó en el descuento con un uno contra uno de Mate Bilic frente a César. Lo salvó el vallisoletano. Menos mal.
Por el cómputo de ocasiones, por el total dominio valencianista tras el gol asturiano, el Valencia mereció más. Pero estas cosas le pasan por no aprender de sus errores, por ceder la batuta de los primeros minutos al rival y dejarle hacer. El Valencia tiene ambición, sí, pero sólo para ser tercero.
Volviendo a la cita célebre, digamos que el Valencia salió ayer de la misma forma que lo hizo en Tenerife. A verlas venir. Recuerden, así, sin ir más lejos, al Madrid de Riazor. Un Madrid mandón, con iniciativa, ambición, todo lo que le falta al conjunto del Turia. Al menos de inicio. Si la ineficiencia goleadora del Tenerife evitó una hecatombe en los primeros compases del choque insular, los che no salieron tan bien parados en los veinte primeros minutos de los dos partidos posteriores a domicilio. Negredo la puso dentro en el Pizjuán, ayer la clavó Diego Castro cuando los de Emery todavía se quitaban las legañas.
Por eso principalmente el Valencia no está allí arriba. Porque no sale con decisión y pundonor a por la victoria. Lo de los palos de Marchena y Villa, las intervenciones varias de Juan Pablo y demás, son cuestiones anexas. Lo que más importa es la intención. El otrora mejor equipo a domicilio únicamente muestra las virtudes ofensivas que atesora cuando el marcador se pone en contra. Entonces, eso sí, puede hacer un "chorreo". Ayer pudo hacerlo, pero la fortuna no ayudó.
Los de Preciado son un verdadero y literal bloque. Rebosan garra, ilusión y entrega. ¿Todo lo que le falta al Valencia? De ahí los cuatro puntos que le han birlado a los che en los dos partidos de liga. Empezaron como un obús, marcaron gracias a una joya de Diego Castro, y se fueron atrás. Pero no con barraca y autobús doble, no. Con mucho criterio, ayudas defensivas, concentración, y buscando la contra. Hasta el gol de Mata, el del empate, transcurrió más de una hora de juego. Si hubieran puesto el segundo se habrían llevado los tres puntos. Lo tuvieron cerca. Y más cuando tras el empate del burgalés el partido se tornó en una psicótica locura endiablada que acabó en el descuento con un uno contra uno de Mate Bilic frente a César. Lo salvó el vallisoletano. Menos mal.
Por el cómputo de ocasiones, por el total dominio valencianista tras el gol asturiano, el Valencia mereció más. Pero estas cosas le pasan por no aprender de sus errores, por ceder la batuta de los primeros minutos al rival y dejarle hacer. El Valencia tiene ambición, sí, pero sólo para ser tercero.
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