Emery: Si bien ayer la mayoría de acontecimientos puntuales no fueron culpa suya, sí volvió a demostrar una preocupante incapacidad para guiar al equipo a una victoria en uno de los campos grandes. Aunque Sergio Agüero acabara el partido cojo, no hay que caer en la trampa. La pata por la cual cojean los colchoneros es la defensa, y el Valencia no hizo ni el más mínimo amago de buscarles las cosquillas. Además, dicho sea de paso que la mejor defensa se obtiene atacando, y los de Emery, al igual que en el Pizjuán, en el Heliodoro y en el Molinón, regalaron los primeros minutos a los locales. Lo demás, tras la expulsión de Marchena, ya no se puede medir con el mismo rasero.
Marchena: Su actuación de judío nazi fue un ejercicio de autodestrucción colectiva unilateral incomprensible para un jugador de la talla y el palmarés del sevillano. Nos brinda cada campaña dos o tres partidos de esta índole, en los que confunde veteranía y picaresca, por malas artes y gresca -rima involuntaria, que conste-. No se entiende la entrada nada más comenzar el partido directa al tobillo de Simao. No se entiende porque se duerme tanto con el balón en los pies cuando le roba la cartera el Kun-y el bolso entero, si me apuran-, y no se antoja necesaria la manita con la que dinamitó el partido de su equipo.
Fernandes: Tanto Marchena, como Pérez Burrull -como las actuaciones de César, Agüero o Reyes-, le quitaron protagonismo al luso, pero lo cierto es que su papelón no ha de pasar inadvertido para los ojos del cuerpo técnico del equipo. Una cosa es que las cosas no te salgan bien. Es asumible, perdonable y excusable si en los ojos se te ve motivación, ilusión, ganas, rabia e impotencia. Lo que no puede ser es que este mozalbete, que se cree un crack, se mueva por el campo como si estuviera paseándose por la orilla de la playa de Peñiscola en su período vacacional -este año más largo porque no va a ir al Mundial, por mucho que él se considere apto- , con una apatía y una desgana características del más severo caradura. Se quería ir al Inter, pero hasta el Valencia de anoche -que ya es decir- se le queda grande.
Pérez Burrull: Que un colegiado se pase por la manga del chaleco tres penaltis y el equipo en ellos infractor acabe mosqueado también, dice bastante del descosido que llevó a cabo anoche en el templo de Manzanares. Cumple 45 años en septiembre, por lo que se acerca inevitablemente -por fortuna- a su retirada, y parece decidido desde hace un tiempo en dejar huella en el fútbol español. Ayer le salvó de una hecatombe bochornosa el árbitro que menos pinta, el del cartelito con los minutos añadidos, el impertinente que manda callar a los entrenadores malhumorados. Este avispado trencilla cántabro es el mismo que la pasada temporada expulsó a Juanfran del Osasuna en el Bernabéu por dos presuntos piscinazos en el área. Con este mismo criterio, el piscinazo que sólo él vio en el clamoroso penalti cometido por Banega, también debiera haber sido amarilla para Reyes. Este señor es el mismo que mandó a la calle a John Carew por instar a la grada de San Mamés a cerrar el pico en la misma temporada en la cual Raul hizo lo mismo sin consecuencias negativas en el Camp Nou. En fin, que acabe su carrera lo antes posible y que deje tener a los futbolistas expuestos a sus meteduras de gamba.
lunes, 1 de marzo de 2010
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