Buen partido del Valencia. Sino el más inspirado ante el arco contrario, sí un buen partido. El problema es que los árbitros últimamente no ayudan en absoluto para la causa che. El penalti no fue, Pero es que, ya no es que no lo fuera, sino que ni siquiera estuvo a punto. Ni lo pareció. Hechos como éste condicionan sobremanera una eliminatoria ya per se difícil porque el Werder Bremen no es el Brujas. Es un buen equipo, con subcampeones de la Eurocopa, subcampeones mundialistas y el año pasado vieron como el Shakhtar Donestk les quitaba la gloria de la última edición de la ya difunta Copa de la UEFA. El Valencia necesita frente a equipos como éste más eficacia goleadora y colegiados sin creatividad y ansias de protagonismo.
El caso es que volvió a empezar el partido con poca intensidad, la cual fue viéndose adquirida conforme el árbitro golpeaba como un martillo en la sien la moral valencianista. Poco había pasado en el minuto 23 cuando al asistente de Martin Atkinson le dio por ganarse su minuto de gloria televisiva y se chivó de un supuesto penalti de Banega a Pizarro. Por agarrar en el área a la salida de una falta. De esos que si todos fueran pitados acabaríamos los partidos con el atractivo y edificante marcador de 45 a 39 goles. Ayer no pitó tantos, de hecho, fue un monopenalti, pero con lo que significan los goles fuera de casa puede ser sumamente determinante. Inexplicable error que Frings refrendó engañando a César y colocando el peligroso gol a domicilio.
El Valencia comenzó a ponerse las pilas, como acostumbra, cuando la necesidad apremiaba, y antes del descanso Banega la puso en el poste derecho, previo roce de la mano de Wiese, y el Guaje la colocó en la Vía Láctea cuando lo más fácil hubiera sido clavarla y arreglar un poco el desaguisado del altivo trencilla anglosajón.
Pero como las desgracias nunca vienen solas, al poco de comenzar el segundo tiempo, a Banega no se le ocurrió otra cosa que empellar a un rival cuando todo el mundo miraba la ensangrentada boca de Wiese por un lance de juego con Villa. Y como parece haberse extendido el complejo de lince -y de protagonismo- por este gremio, pues el otro linier, que no iba a ser menos que su colega de enfrente, le indicó a Atkinson que Banega se debía de duchar prematuramente. Seis partidos, seis expulsiones.
No obstante, el Valencia se levantó frente a este dantesco espectáculo arbitral, enésimo ya en los últimos tiempos, y con diez sobre el campo fue mejor que con once. Buena lección de garra y coraje de un equipo semilisiado, con pocos efectivos y con más kilómetros en las piernas que Abel Antón. Sacó la casta y se lanzó con mucho corazón y poco raciocinio hacia la meta de Wiese. Esfuerzo que obtuvo su merecido cuando Mata supo empujar adentro cuando parecía que Silva la había liado de nuevo.
De este plausible pundonor valencianista intentó aprovecharse la expedición nordalemana cuando recuperaban el balón. Ahí es donde volvió a aparecer César, portero que si tuviera 10 años menos debería ir a la selección. Frenó los intentos de Pizarro y compañía, y el peruano también la mandó a la grada en un par de ocasiones. En esta ocasión, la suerte pareció no querer cebarse con los blanquinegros, que se habían repuesto a la escandalosamente escandalosa labor de Atkinson y sus comparsas. Ya era suficiente. O no, porque Villa se hizo un esguince en el hombro y se alza como seria duda para el Camp Nou. Salió Baraja por él, y el conjunto del Turia languideció lo que quedaba de contienda, no fuera a ser que cayera el segundo golpe germano y la cosa se pusiese más fea si cabe.
Al final, 1-1 que sin haber visto el partido sabría a poco, pero sabiendo las circunstancias que le rodearon, ha de dejar un buen sabor de boca e ilusión para consumar la venganza balompédica en la vuelta. Esperemos que allí no exista complejo de lince.
El caso es que volvió a empezar el partido con poca intensidad, la cual fue viéndose adquirida conforme el árbitro golpeaba como un martillo en la sien la moral valencianista. Poco había pasado en el minuto 23 cuando al asistente de Martin Atkinson le dio por ganarse su minuto de gloria televisiva y se chivó de un supuesto penalti de Banega a Pizarro. Por agarrar en el área a la salida de una falta. De esos que si todos fueran pitados acabaríamos los partidos con el atractivo y edificante marcador de 45 a 39 goles. Ayer no pitó tantos, de hecho, fue un monopenalti, pero con lo que significan los goles fuera de casa puede ser sumamente determinante. Inexplicable error que Frings refrendó engañando a César y colocando el peligroso gol a domicilio.
El Valencia comenzó a ponerse las pilas, como acostumbra, cuando la necesidad apremiaba, y antes del descanso Banega la puso en el poste derecho, previo roce de la mano de Wiese, y el Guaje la colocó en la Vía Láctea cuando lo más fácil hubiera sido clavarla y arreglar un poco el desaguisado del altivo trencilla anglosajón.
Pero como las desgracias nunca vienen solas, al poco de comenzar el segundo tiempo, a Banega no se le ocurrió otra cosa que empellar a un rival cuando todo el mundo miraba la ensangrentada boca de Wiese por un lance de juego con Villa. Y como parece haberse extendido el complejo de lince -y de protagonismo- por este gremio, pues el otro linier, que no iba a ser menos que su colega de enfrente, le indicó a Atkinson que Banega se debía de duchar prematuramente. Seis partidos, seis expulsiones.
No obstante, el Valencia se levantó frente a este dantesco espectáculo arbitral, enésimo ya en los últimos tiempos, y con diez sobre el campo fue mejor que con once. Buena lección de garra y coraje de un equipo semilisiado, con pocos efectivos y con más kilómetros en las piernas que Abel Antón. Sacó la casta y se lanzó con mucho corazón y poco raciocinio hacia la meta de Wiese. Esfuerzo que obtuvo su merecido cuando Mata supo empujar adentro cuando parecía que Silva la había liado de nuevo.
De este plausible pundonor valencianista intentó aprovecharse la expedición nordalemana cuando recuperaban el balón. Ahí es donde volvió a aparecer César, portero que si tuviera 10 años menos debería ir a la selección. Frenó los intentos de Pizarro y compañía, y el peruano también la mandó a la grada en un par de ocasiones. En esta ocasión, la suerte pareció no querer cebarse con los blanquinegros, que se habían repuesto a la escandalosamente escandalosa labor de Atkinson y sus comparsas. Ya era suficiente. O no, porque Villa se hizo un esguince en el hombro y se alza como seria duda para el Camp Nou. Salió Baraja por él, y el conjunto del Turia languideció lo que quedaba de contienda, no fuera a ser que cayera el segundo golpe germano y la cosa se pusiese más fea si cabe.
Al final, 1-1 que sin haber visto el partido sabría a poco, pero sabiendo las circunstancias que le rodearon, ha de dejar un buen sabor de boca e ilusión para consumar la venganza balompédica en la vuelta. Esperemos que allí no exista complejo de lince.
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